Antología de Terror

Bailando con el Diablo

Humo moribundo que te paseas ante las ondas sonoras de la música, rayos violeta, rojos, verdes, y una multitud más de ellos traspasan cada partícula de smock diurno. Paredes negras combinadas en colores morados cambiantes de un estilo tal vez colonial a barroco, pero, con una sutil esencia moderna. Pensaba Fátima al caminar en ese oscuro lugar iluminado por luces neón bailarinas que iban y venían en un lento y rápido vaivén.

Miraba cada rostro hundido en diferentes abismos, miraba cada cuerpo en pleno movimiento lento causado por el sin fin de flash’s de la discotech, trataba de no mirar a los lados, pero era inevitable ver como cada parte del cuerpo de los locos bailarines se movían como si la música causará un efecto de descarga eléctrica sobre ellos.

Se detuvo frente a la barra, miró sobre las botellas plasmadas en las maderas del bar y se sentó pensado de nuevo: Bebidas adulteradas, ¡que diablos!, ¿vodka, tequila, brandy?, de cualquier forma estaré ebria al terminar la noche.

El barman la miró y ella señaló el vodka. El barman aun la miraba esperando una respuesta mucho más concreta y especifica, la furia de ella incrementó hasta el punto de tomar cualquier objeto sobre la barra y lanzarlo sobre esas botellas, o tal vez contra él. Se detuvo respondiendo - jugo de naranja -.

Miró de nuevo la barra y encontró en ella un cenicero el cual hubiera lanzado a cualquier costo, pero algo en ella la detuvo, ¿conciencia? pensó de nuevo, y la maldijo una y mil veces. Observó la copa casi en sus manos con el color amarillento de la naranja y lo bebió de un solo trago.

Aun pensaba en esa palabra, "conciencia". Pensaba en el juicio del día anterior, el cual, había ganado a merced de la mentira y haber puesto en alto su nombre como buena defensora jurídica, una patética abogada. De haber triunfado haciendo parecer a un delincuente como al más inocente niño. Su alto conocimiento y facilidad de palabra creado después de tantos años de estudio y dedicación aun sin contar la experiencia en la vida que ha llevado le aseguraban cualquier debate ante el mas rudo juez.

Pero aún más se preguntaba si era la vida que ella quería; si eso era lo que desde pequeña había buscado.

¡No!, solo era producto del manejo de su padre, solo eso, por esa razón la maldecía una y mil veces.

El sonido solo le causaba náuseas al mirar a los miles de esqueletos bailar en la pista, tomó la copa y bebió una nueva cantidad de vodka en jugo de naranja. Miró hacia la pista, observando a cada par pegando su cuerpo al otro y la imagen se le meneaba por el efecto de la bebida.

Saber lo que esperaba de la vida ahora le tenía sin cuidado, ahora solo esperaba ver a su divino y bello Lestat, a su vampiro Lestat que era mas que un sueño para ella. Era más que dueño de la poesía que escribía; ese ser eterno que solo existía en sus novelas “Confesiones de un Vampiro”, y que no era el tipo cualquiera que nunca jamás conocería.

Por que sabía que independientemente de verlo como vampiro, lo miraba como a un dios. Fuera de ese demonio bebedor de sangre miraba a un humano tan bellamente pintado en la vida después de la muerte, aferrado a convivir con los vivos, profeta entre su estirpe, un Nietszche romántico, amante de lo vivo y de lo muerto, implacable Cristo nocturno, mismo que si mirase al propio demonio le escupiría en la cara. Por esa razón le amaba y llamaba en sus más austeros pensamientos, pero ni aquí ni ahora el vendría. Pobre poetisa esquizofrénica, pensaba y casi susurraba el nombre de Lestat en silencio.

- Lestat, Lestat, amor mío, Lestat -. Tambaleante abandonó aquél lugar hasta llegar a su auto, cuando a punto de abrir la puerta miró a poco más de unos 15 o 20 metros de distancia a un hombre parado en un pilar del lugar. Aquel aspecto le dejó estupefacta. Alto, delgado, de cabello rubio rizado y de unos impresionantes ojos azules que resaltaban de su cara totalmente pálida. Vestía elegante, de camisa blanca y un saco negro que se ajustaba perfectamente a ella.

- ...sueño paroxiano, amor lejano y de infortunios decesos has venido! -, dijo pensado en su amante literario nombrado Lestat.

El hombre se acerco y le miró fijamente, el sonido electrónico sofocado por las paredes de la discotech ahora formaba parte del viento victoriano que su imaginación creaba a merced de aquella escena.

Estaba a solo unos pasos de él; sus ojos le tenían aún estupefacta, tan claros, tan brillantes, tan bellamente colocados en aquellos orificios sombreados en la palidez de su piel.

Aún más se impresiono cuando el hombre “Lestat” sonrió. Miró en su boca a la más hermosa luz. Debajo de esos labios contorsionados y morados a una blancura que deseó en su boca, a una frialdad que seguramente le hubiera dado la mas sensual calefacción, y deseó aún mas ser su amante vampiro, como lo había sido Gabrielle, aquella mujer que había creado a Lestat desde pequeño, su madre, que a punto de morir salvó a merced de la muerte eterna. Pero pensó aún más en el bello y romántico Louis, tal vez la mejor creación de Lestat, el bello Louis, el apasionado y sufridor de la belleza humana.

Se preguntó así misma sobre a quien amaba mas, si a su poscrito Lestat, o al sufridor y existencialista de Louis. De cualquier forma, ahora tenía frente a ella al mismo Lestat, a un ser extremadamente poderoso, capaz de destruir la civilización humana pero por amor a ella de ninguna manera lo haría.

Rápidamente lo tomó entre los brazos y sin pensar mas en el ser oscuro que tenia frente a ella lo beso. Se mantuvo en sus brazos y no se dejó caer por la tan exquisita sensación de esos labios morados y fríos. Fue como si transgrediera aquella barrera del placer que nunca nadie ha experimentado, sintió aquellos grandes y filosos colmillos blancos que apretó junto a sus labios, lo tomo y casi bebía de él.

Casi aun sin pensar y dejándose llevar por él deseó, pronto se encontraba desnuda en su departamento con aquel cadáver divino.

Su piel era tan blanca como la nieve, y todo lo que veía cuando lo miraba era absolutamente insustancial, era una mezcolanza de pequeños movimientos y colores indefinibles como si careciera de cuerpo y solo fuera una acumulación de luz y de calor, él era la luz misma, y ella, aunque como la poetisa oculta bajo una abogada, se esforzaba apenas lograba ser parte de una pavesa en su llama.

Que importaba eso, esa noche seria la nueva amante de Lestat, un nuevo ser que conocía a detalle, un ser que viviría eternamente y disfrutaría a través de los años el cambio de la tecnología sobre los humanos, dormiría en lugares ocultos, bajo teatros de París, en hoteles de Nueva Orleáns, en castillos lejanos a la civilización debatiendo junto a Marius la poesía de Baudelaire.

Sabía que hoy era el momento, sabía el cruel letargo que pasaría cuando muriera y renaciera en un ser muerto, sabía que en cualquier momento bebería de la sangre de Lestat, escucharía el tam-tam de un tambor, y cada vez sería más frecuente, tal vez, el sonido apagado parecería el rugido de un animal que se le viniera encima a través de un bosque oscuro y desconocido. De pronto, escucharía un nuevo tam-tam concentrado en su propio ritmo sin poner la más mínima atención al primero, el sonido se haría mas y mas fuerte que llenaría todos sus sentidos. Casi podía sentir que aquella sangre que bebía, vibraba en todo su cuerpo, en los labios, en los dedos, en la piel de las sienes y sobre todo en las venas.

Sabia que el momento se aproximaba, era cada vez más cercano y que en cualquier momento Lestat clavaría sus blancos y filosos colmillos en su cuello.

Pero el momento se iba, la noche pasaba tan rápidamente que en cualquier momento amanecería. Fue entonces cuando despertó de ese letargo, no pensaba que aquel despertar fuera tan amargo, la cabeza junto con todos los músculos de su cuerpo le dolían, una sed tremenda le invadía, no sabía si era de sangre o de algún otro líquido, un rayo de luz le mitigo a ver, su piel empezaba a re-estirarse y sabia que el sol podía matarla; pero no pasaba nada. Miró a su alrededor para darse un deleite de las cosas nuevas que podía ver como ser oscuro (como en sus libros literarios de vampiros), pero ni la propia oscuridad se aparecía en aquella brillante sala.

La ignorancia la tenía ciega, ¡no era un ser oscuro, no era como Lestat o Louis, ni siquiera como el Drácula de Bram Stoker!, el sol no le dañaba en lo mínimo más que lo cotidiano causado por la tremenda cruda del Vodka adulterado que bebió la noche anterior, a ello se debía el dolor de cuerpo y aún más a esa sed tremenda de agua y no de sangre.

- Poetisa estúpida, martirio patrimonial adquieres de tu país –, dijo al darse cuenta que el ser de la noche anterior no era más que un tonto humano, que vasto a sus capacidades intelectuales le permitieron acostarse con una bella y ebria mujer abogada y robarle todo su dinero, tarjetas de crédito y hasta el mismo auto. Corrompida por la verdad, su literatura se dedujo no a una prosa si no unas cuantas palabras “...Poetisa pendeja, no es Nueva Orleáns o Paris o cosa por el estilo, es el DF”.